No sé en que momento ocurrió. Sin previo aviso. Me encontré sentada
en aquel banco de aquel parque, sola, escribiendo en aquella libreta de
por aquel entonces, viendo ponerse el Sol, con la partida de mis
lágrimas.
Ni siquiera recuerdo desde hacía cuanto iba allí cada domingo a
comtemplarme, a mirar dentro de mí misma y dar luto a aquellas lágrimas
de sangre.
Yo, tan triste, y el paisaje tan alegre. Un contraste. Risas a lo lejos de niños desconocedores de la vida que les aguarda.
Auriculares con música alta, una mezcla de gritos y melodía encantada. Tan bello.
Podría quedarme allí para siempre, agotada por la tristeza e inundada
por ese bello atardecer que estaban viendo mis ojos, aunque mi mente
estuviera en alguna otra parte, muy muy lejos de todo eso.
¿Cómo ocurrió? ¿Cómo pude quedarme tan sola? Un domingo de primavera
allí sentada, sin nadie con quien hablar, sin nadie con quien reir,
solo yo y el Sol, iniciando su partida. No se quedaría mucho tiempo.
Eso también dolía.
Un domingo cualquiera, llorando frente al sol, llorando lágrimas que
no salían, diciendole adiós, como si me dijera adiós a mi misma.
¿Dónde se fue la smistad? ¿y el smor? ¿Dónde se quedó ese resquicio de ilusión que mantenía, ese pequeño brote de esperanza?
Ya no queda nada. Tan solo yo, ahí sentada, en algún banco de algún
parque, un domingo cualquiera, y el Sol, escondiéndose en el horizonte,
para despertar mañana.